- La servidumbre como lo mismo que nosotros.
- Sí señora, pero es que los señores ya llevan diez años de dieta.
- ¿De dónde viene el vicioso y viejo tonto de mi señor? –pregunta el criado malicioso.
- De comprarme un aparato para la sordera, ¡I-DIO-TA!
- María, ya sé que eres muy maternal, pero no tienes que darle pecho a mi marido.
- ¿Cómo se han portado los niños, Juanita?
- Bien señora. Menos el pelirrojo, que no ha parado hasta que lo he dejado dormir en mi cuarto, y eso que ya tiene bigote y está calvo.
- ¡Pero si ese es mi marido!
- ¡María! Parece que hace un año que no limpias la casa.
- Pues será culpa de la otra sirvienta, porque yo llevo aquí apenas seis meses.
- Sebastián, considéreme como a un padre.
- Si yo ya lo considero, pero como el padrastro de mis hijos.
- María, hay un ladrón entre nosotros.
- No hable así del señor, señora.
- Soy tan rico, que tengo un chófer negro que tiene un chófer blanco.
- El señor es muy puntual casi en todo. Sólo se retrasa a la hora de pagarme el sueldo.
- Mi señor dice que tiene un Picasso, pero tiene un piquito que apenas si se le ve.
- ¡María! Esta casa parece un chiquero.
- Será porque en ella viven cerdos, señora.
- Mis patrones dicen que son muy ricos, pero todo lo que tienen es prestado. La señora tiene una vajilla de un tal Bavaria y el señor se pone los trajes de un tal Lino.
- ¿Cómo se han portado los niños, Martita?
- Se han dormido en cuanto les he puesto la televisión.
- Antoñita, guarda la cena del señor.
- Si quiere se la doy en mi cuarto.